El cine británico clásico es uno de los legados más importantes de la isla de Albión a la humanidad. Entre principios de los años 30 y finales de los 60, bajo los cielos encapotados de Gran Bretaña, se rodaron algunas de las mejores películas de la historia del cine, así como otros muchos títulos entrañables que, sin ser considerados obras maestras, llenaron de encanto las pantallas o los televisores donde se proyectaron. El propósito de este blog cultural es rendir homenaje a ese maravilloso cine rodado en los estudios London Films, British-Lion, Ealing, Pinewood o Elstree, por citar solo algunos de aquellos lugares míticos, y revivir la emoción que nos transmitieron con sus interpretaciones actores y actrices tan extraordinarios como Laurence Olivier, John Mills, Alec Guinness, Peter Sellers, Dirk Bogarde, Margaret Rutherford, Stanley Holloway, Kay Kendall o Kenneth More. Todos ellos, y otros muchos, desfilarán por estas páginas conmemorativas como estrellas invitadas al son de los acordes de Georges Auric, Richard Addinsell o William Walton. La tetera ya está hirviendo. Se van apagando las luces mientras se enciende el proyector de los recuerdos. Es hora de celebrar un breve encuentro con el cine británico de siempre. Celuloide a las 5 en punto. Of course!




lunes, 30 de enero de 2017

Cellulloid at Five O’Clock

Classic British cinema is one of the Isle of Albion’s greatest legacies. From the early 1930s until the late 1960s, some of the best films of all time were made under Great Britain’s overcast skies, as well as many other little endearing films that, while not considered actual masterpieces by the critics, managed to cast a magic spell over both theatre screens and TV sets. The aim and desire of this cultural blog is to pay homage to those wonderful motion pictures produced by London Films, British-Lion, Ealing, Pinewood o Elstree, to name only a few of those fabled film studios, and thus relive the emotion and excitement brought to us by such magnificent players as Laurence Olivier, John Mills, Alec Guinness, Peter Sellers, Dirk Bogarde, Margaret Rutherford, Stanley Holloway, Kay Kendall or Kenneth More. All of these, and a lot more, will be making guest appearances on our blog to the musical accompaniment provided by the likes of Georges Auric, Richard Addinsell or William Walton. The kettle is boiling now. Lights are being dimmed just as the film projector takes a turn down memory lane. It’s time for a brief encounter with good old time British cinema. Cellulloid at Five O’Clock. Of course!




sábado, 28 de enero de 2017

Those magnificent men in their flying machines (Aquellos chalados en sus locos cacharros, 1965)


This way, please

1965 fue un gran año para las películas de carreras en los más originales medios de locomoción. Si la Warner Bros se encargó de producir con amplio derroche de recursos La carrera del siglo (The Great Race), legendaria cinta de Blake Edwards en la que Tony Curtis y Jack Lemmon competían en sus respectivos bólidos por trasladarse desde Nueva York hasta París, Aquellos chalados en sus locos cacharros, producida por la Twentieth Century Fox, hacía lo propio en el elemento aéreo, pero recorriendo una distancia lógicamente más corta, desde Londres hasta la capital gala.

Como rezaba el subtítulo de la película, Cómo volé de Londres a París en 25 horas y 11 minutos, la historia da comienzo en 1910 cuando Lord Rawnsley (encarnado por el impagable Robert Morley) decide patrocinar un insólito evento deportivo desde las páginas de su periódico, The Daily Post. El suculento premio que espera al ganador (10.000 libras esterlinas) agudiza la imaginación de los entusiastas de la aviación de todo el mundo, quienes acuden a participar en la carrera montados en monoplanos, biplanos, triplanos, aeroplanos que circulan hacia atrás y otros inclasificables aparatos voladores. Incluso hay un aviador (británico, claro está) que se empeña en emprender tan arriesgado vuelo acompañado por su perro.



Tal es el punto de partida de esta divertidísima película dirigida por Ken Annakin, y cuyos fotogramas en sistema Todd-AO ofrecen un desfile simultáneo de estrellas del firmamento cinematográfico internacional y singulares artilugios voladores. Abundan los clichés nacionales en la descripción de los diferentes participantes de la competición, así como el tono de caricatura con que son escenificadas las andanzas de los pioneros de la aviación. El equipo norteamericano lo preside Stuart Whitman (Orvil Newton), un campechano vaquero de Arizona por quien pronto se sentirá atraída la hija del patrocinador de la carrera, Patricia Rawnsley (encarnada por Sarah Miles, futura protagonista de La hija de Ryan), jovencita inconformista que monta en motocicleta a escondidas de su progenitor y anhela surcar el cielo en alguno de esos engendros volantes. A su vez, Patricia está prometida a Richard Hays (James Fox), flemático teniente de los Coldstream Guards (una especie de granaderos) que solo parece emocionarse cuando trabaja para mejorar el rendimiento de su cacharro volante y en cuyo tiempo libre apenas tiene cabida su aristocrática novia.

También hay un elegante conde italiano, Ponticelli, padre de familia numerosa, interpretado en su registro habitual por Alberto Sordi, y un casanova francés, Pierre Dubois (Jean-Pierre Cassel), que se va encontrando con la misma mujer a lo largo de toda la competición, solo que aquella ostenta cada vez un nombre distinto (Brigitte, Ingrid, Marlene, Françoise, Yvette y Betty, todas ellas interpretadas en tono descocado por Irina Demick). Peor parados quedan los competidores alemanes (encabezados por el característico Gert Fröbe, en el papel del coronel Manfred von Holstein), que con rígida disciplina prusiana se empeñan en aprender a volar siguiendo un manual. El toque exótico lo aporta el aviador japonés Yamamoto, que hace su aparición en un artilugio volante de color amarillo con figuras de fieros leones pintados en el fuselaje.


Foto: Nationaal Archief. Eric Koch/Anefo (copyright) 


Por supuesto, no podía faltar en la trama un villano empeñado en sabotear los vehículos de los demás integrantes de la carrera. De ello se encarga, con su proverbial carisma, el estupendo Terry Thomas, que da vida a Sir Percy Ware-Armitage secundado por su insolente mayordomo (Eric Sykes). En papeles secundarios destacan el británico Benny Hill como jefe de bomberos y, muy especialmente, el cómico estadounidense Red Skelton, que hace las veces de antecesor prehistórico de los modernos aeronautas en el prólogo de la película.
Los títulos de crédito a base de dibujos animados de Those magnificent men in their flying machines corrieron a cargo del genial Ronald Searle, lo que contribuyó a realzar el aspecto de cómic que asume el film. Asimismo, el guion original de Jack Davies fue objeto de una excelente novelización por parte de John Burke, editada en el Reino Unido por Pan Books.
El propio Annakin dirigiría una secuela titulada El rally de Montecarlo (Montecarlo or Bust) en 1969, que volvería a contar con los entrañables dibujos de Searle para la secuencia de los créditos. El protagonismo en esta ocasión recaería sobre Tony Curtis, que se apuntaba así a su segunda “carrera del siglo” de la década.


Escenarios de la función


Acantilados de Dover


Además de los interiores rodados en los estudios Pinewood, situados en Iver Heath, Buckinghamshire, en la película aparecen varios lugares del condado de Kent, como es el caso de Dover, así como la mansión histórica de Fulmer Hall (Slough), donde se recrearon los exteriores de la mansión de los Rawnsley.


Música a las 5 en punto

Extracto de la pegadiza banda sonora original de Aquellos chalados en sus locos cacharros, compuesta por Ron Goodwin.









sábado, 21 de enero de 2017

The Clouded Yellow (Trágica obsesión, 1951)


This way, please

El título castellano de esta espléndida película distribuida por Rank Films y dirigida por Ralph Thomas –responsable de algunas de las populares entregas de la serie del Doctor Sparrow que tan divertidamente encarnó Dirk Bogarde y de una de las más atractivas películas policiacas inglesas de la década de los 60, Nadie vive eternamente (Nobody runs forever), interpretada ex aequo por Rod Taylor y Christopher Plummer– trastoca melodramáticamente el mensaje del título original, que hace referencia a una curiosa especie de mariposas, la amarilla nublada. Pero más allá de los límites puramente entomológicos que semejante denominación pudiera implicar, el título se abre a interpretaciones más libres y poéticas, como el que sugieren las nubes de la infancia que atenazan a la protagonista, Sophie Malraux (Jean Simmons), en un pasado de doloroso recuerdo, o las que parecen cernirse sobre ella y su protector, David Somers (Trevor Howard), a lo largo de su azarosa huida por el norte de Inglaterra. La imagen de una mariposa en ciernes también cuadra bien con el aspecto físico del personaje que encarna Jean Simmons, a la que los periódicos apodan “butterfly girl (la chica de las mariposas)”, y quien se asemeja a una crisálida traumatizada que logra finalmente asumir su retardada madurez gracias al afecto que le profesa el personaje de David Somers, el recién llegado a quien su tío ha contratado para confeccionar un inventario de estos bellos insectos.

Howard encarna con su sobriedad habitual a un agente del Servicio Secreto británico que, tras cometer un error, es licenciado con cajas destempladas. Su gran profesionalidad y el sentido humanitario que esconde bajo su coraza de espía no cuentan gran cosa para la inexorable máquina de los servicios secretos, donde el factor humano no es más que un molesto recordatorio de que los peones encargados de realizar el trabajo sucio son, a fin de cuentas, personas de carne y hueso, y por tanto capaces de equivocarse. Así las cosas, Somers acepta un puesto como catalogador de mariposas que le es ofrecido a través de la Oficina de Empleo. Se trata de una ocupación temporal en la apacible campiña de Hampshire y el trabajo no requiere conocimientos específicos de entomología, por lo que el desplazado agente secreto, con un pasado irrevelable y un futuro incierto, tiende la mano sin vacilar hacia lo que le pueda ofrecer el presente. La estancia en la casa de campo, habitada únicamente por la joven Sophie y sus tíos, Nicholas y Jess Fenton, se revela como un relajante antídoto contra el vacío existencial que deja en Somers el cese de sus servicios como agente secreto, y parece que la tarea de inventario en la que consisten sus funciones, junto a su creciente interés por la sobrina de su empleador, una extraña joven que se halla traumatizada por la muerte de su padre en trágicas e inexplicadas circunstancias, le ayuda a poner algo de orden en su desorientado horizonte vital.



Jean Simmons


Sin embargo, el apacible universo pastoril donde ha vivido durante meses se verá violentamente enturbiado por un asesinato. La víctima es un joven lugareño de modales hoscos que aparentemente mantenía relaciones con la tía de Sophie, a la vez que pretendía a la sobrina. El hallazgo de un peine propiedad de esta última junto al cadáver del asesinado, sumado al enigmático mutismo de la muchacha, la inculparán a ojos de la policía. Somers, a quien los años de servicio secreto no han convertido en un cínico, sino más bien en todo lo contrario, cree a pies juntillas en la inocencia de la joven, a pesar de las maliciosas insinuaciones de su tía, que apuntan a que la chica mató a su propio padre en un acceso de locura. Burlando simultáneamente a sus ex colegas de profesión y a Scotland Yard, los dos fugitivos emprenden una huida por mar desde Londres hasta Newcastle-upon-Tyne, donde la pareja se reunirá con los dos personajes más cálidos de la película, Karl y Mina, un matrimonio de refugiados judíos a los que Somers ayudó en el pasado y que están deseosos de demostrarle su gratitud. La traición de un compañero a quien creía leal, Willy Shepley, interpretado en un registro diferente al habitual por Kenneth More, les obliga a ponerse de nuevo en marcha, esta vez hacia Liverpool, ciudad que Somers conoce como la palma de su mano, atravesando el parque nacional de Lake District.

No estamos lejos del escenario geográfico de 39 escalones, en la cual Robert Donat y Madeleine Carroll se escondían de las autoridades en los páramos escoceses, pero si en el mítico film de Hitchcock había lugar para el humor, The Clouded Yellow se desarrolla según parámetros más crispados en un escenario de alta montaña donde hasta los excursionistas se transforman en delatores, y en el que la rugosidad de los escenarios naturales parece conspirar contra el progreso en la huida de los protagonistas. Tal vez si David Lean hubiese dirigido este película, habría aprovechado mejor la grandiosidad del Distrito de los Lagos, con ese espectacular paisaje que encandiló a Coleridge y Wordsworth, los grandes poetas prerrománticos ingleses, pero a Ralph Thomas le interesa más mostrarlo como un coto de caza en el que los perseguidos intentan escapar del cerco policial a que son implacablemente sometidos. Sin embargo, David Somers “conoce más formas de salir del país que una paloma mensajera”, como le comenta Willy Shepley a su superior, y ni tan siquiera la lesión que se causa al saltar sobre unos peñascos y su posterior captura por los policías le impedirán zafarse de ellos y acudir a su cita con la misteriosa joven de la que se ha enamorado, quien le espera, atemorizada y resignada a la idea de que aquél ya no volverá a su lado, junto a la orilla de un lago en penumbra. Las secuencias localizadas en Liverpool retratan la gris atmósfera de los ambientes portuarios, las pensiones de mala muerte y las trastiendas donde se falsifican pasaportes y se preparan huidas clandestinas. En este lóbrego submundo, que anteriormente constituía el campo de acción de Somers, irrumpe repentinamente un representante de la nueva vida que el ex agente secreto creía haber encontrado en la campiña de Hampshire, Nicholas Fenton, el coleccionista de mariposas y tío de la muchacha. Pero el juego de pistas falsas que Thomas nos ha ido dejando a lo largo de la película está a punto de resolverse por medio de una sorprendente revelación: el asesino tanto del padre de la chica como del joven lugareño no es otro que Fenton, interpretado por el ambivalente Barry Jones, que ha abandonado su reducto de lepidópteros para tratar de atravesar con su alfiler de entomólogo a la pieza más indómita de su colección, su propia sobrina, a la que creía tener atrapada bajo un velo de trauma infantil, en connivencia con su infiel esposa. El film se cierra con una trepidante persecución a tres bandas sobre tejados y trenes (concretamente el London Overhead Railway, ferrocarril ya desaparecido), rodada en estilo neorrealista, y en el que destaca la deshumanización de los ambientes urbanos industriales del Norte de Inglaterra. Por fortuna para la tranquilidad del espectador, el relato filmado por Ralph Thomas nos deja con la imagen del espía con conciencia y la chica de las mariposas felizmente unidos y a salvo. Es más, hasta nos atrevemos a imaginar que la pareja, libre ya de traumas del ayer y perseguidores del presente, acaso elija como destino vacacional para su luna de miel el propio Distrito de los Lagos, cuya salvaje naturaleza se erige en símbolo del carácter indómito y rebelde de los dos enamorados.


Escenarios de la función

El agreste paraje de Sourmilk Gill, ubicado en el parque nacional del Distrito de los Lagos (Cumbria), es uno de los lugares que sostienen la acción de “The clouded yellow”.



From geograph.org.uk - Author: Michael Ely (copyright)




Música a las 5 en punto



Extracto de la banda sonora original de The clouded yellow, compuesta por Benjamin Frankel. 





domingo, 15 de enero de 2017

The Grass is Greener (Página en blanco, 1960)

This way, please




¿Qué puede haber más gozoso, cinematográficamente hablando, que reunir a Cary Grant, Deborah Kerr, Robert Mitchum y Jean Simmons en una mansión histórica inglesa y dejar que un enredo con triángulo incluido nos vaya describiendo en deliciosos fotogramas una de las mejores comedias del cine británico? Si además dirige la función Stanley Donen, el mago de los gloriosos musicales de la Metro, el entretenimiento está asegurado. Esta producción de Grandon Films, distribuida por Universal International y Rank Films, toma como base la magnífica obra de teatro de Hugh y Margaret Williams (que, a su vez, fue novelizada por el escritor James Dillon White) y la convierte en celuloide chispeante repleto de frescas gotas de alta comedia. El lugar donde se desenvuelve la acción es una casa señorial del Reino Unido (parodiada en la canción que sigue a los títulos de crédito, The stately homes of England, compuesta por Noel Coward) abierta al público. Los dueños de la mansión, los condes de Rhyall, se ven obligados a aceptar visitas por el módico precio de media corona para poder mantener el extenso patrimonio familiar. Es la modernización de la aristocracia. Pero hay quien no se contenta con admirar las obras de arte y la arquitectura del edificio, sino que, con toda desfachatez, descuelga el cartel de “privado” que separa las dependencias de los propietarios. 
El autor de semejante tropelía es un norteamericano, Charles Delacro (espléndido Robert Mitchum), un millonario de incógnito que, cámara fotográfica al hombro y alentado por un súbito arrebato angloamericano, se lanza a explorar esa "hierba del vecino" que se le antoja más exuberante, como reza el título original de la película. No tardará en producirse un idilio entre Delacro (cuyo abuelo se llamaba en realidad Delacroix, pero lo acortó al constatar que su sonido era “similar al de un pato”) y la romántica señora de la casa, Lady Hilary (Deborah Kerr), para disgusto del señor de la casa, Victor Rhyall (Cary Grant, en uno de sus mejores papeles). Mientras los hijos de la pareja están ausentes, la llegada de la primavera sorprende desprevenida a Hilary, quien después de estar en las nubes durante una semana, acude finalmente a Londres para encontrarse con Mitchum. A Victor-Cary Grant no le queda otra opción que mostrarse comprensivo y “moderno” (a pesar de que, según su mayordomo, está anticuado) y esperar a que su mujer recupere la sensatez. Para complicar más las cosas, entra en escena el cuarto personaje estelar, la coqueta Hattie (excelente Jean Simmons en un registro más frívolo al que nos tiene acostumbrados), una vieja amiga de la familia, adicta a los cócteles de ginebra con angostura o pink gin, que no tiene inconveniente en tirarle los tejos a Victor. Duelos a la antigua usanza, pesca sui generis en ríos trucheros, maletas viejas que cambian misteriosamente de contenido y un mayordomo sin inspiración literaria que le pide a su señor una bajada de sueldo son solo algunos de los ingredientes de una elegantísima comedia que no tiene desperdicio.


    

Escenarios de la función


Osterley Park House, London, England. Autor de la foto: Jim  (licensed under the Creative Commons)


Osterley Park House es el nombre de la imponente mansión que hace las veces de hogar de los condes de Rhyall en la película. Esta casa histórica de ladrillo rojo se encuentra en el actual distrito de Hounslow, en el área metropolitana de Londres, y ha servido como escenario para algunos episodios de las series televisivas El Santo y Los Persuasores, entre otras producciones.

Humor a las 5 en punto

El personaje de Sellars (brillante creación de Moray Watson, el primero, empezando por la izquierda, de los tres actores con gafas de pasta que aparecen en la imagen), el mayordomo de los Rhyall, un ex profesor que ha aceptado el trabajo doméstico para poder tener tiempo de escribir una novela en sus ratos libres, protagoniza algunos de los diálogos más desternillantes de la película, como el que se incluye a continuación:


Sellars: ¿Me llamaba, milord?

Cary Grant: Sí, Sellars, ¿ha visto mi Biblia por alguna parte?

Sellars: Vaya, cuánto lo siento, milord. La tengo yo. Estaba consultando algo.

Cary Grant: Primero me toma prestado el Times y ahora me birla la Biblia. ¡Viva la democracia!

Sellars: Lo siento mucho, milord. Se la volveré a dejar junto a la mesilla.

Cary Grant: No estaría de más que se comprara su propia Biblia, Sellars.

Sellars: La que usa usted es la mía, milord.