El cine británico clásico es uno de los legados más importantes de la isla de Albión a la humanidad. Entre principios de los años 30 y finales de los 60, bajo los cielos encapotados de Gran Bretaña, se rodaron algunas de las mejores películas de la historia del cine, así como otros muchos títulos entrañables que, sin ser considerados obras maestras, llenaron de encanto las pantallas o los televisores donde se proyectaron. El propósito de este blog cultural es rendir homenaje a ese maravilloso cine rodado en los estudios London Films, British-Lion, Ealing, Pinewood o Elstree, por citar solo algunos de aquellos lugares míticos, y revivir la emoción que nos transmitieron con sus interpretaciones actores y actrices tan extraordinarios como Laurence Olivier, John Mills, Alec Guinness, Peter Sellers, Dirk Bogarde, Margaret Rutherford, Stanley Holloway, Kay Kendall o Kenneth More. Todos ellos, y otros muchos, desfilarán por estas páginas conmemorativas como estrellas invitadas al son de los acordes de Georges Auric, Richard Addinsell o William Walton. La tetera ya está hirviendo. Se van apagando las luces mientras se enciende el proyector de los recuerdos. Es hora de celebrar un breve encuentro con el cine británico de siempre. Celuloide a las 5 en punto. Of course!




lunes, 13 de julio de 2020

El tercer hombre, o cómo perder a un amigo de la infancia en Viena

Su nombre es Holly Martins, escribe novelas del oeste y ha llegado a Viena para encontrarse con su viejo amigo Harry Lime. Lo que parecía el inicio de una prometedora colaboración se queda en agua de borrajas, ya que el bueno de Harry no solo acaba de morir atropellado por un coche en extrañas circunstancias, sino que hay indicios de que era un verdadero canalla sin escrúpulos. Este es el punto de partida de “El tercer hombre (The Third Man, 1949)”, la gran obra maestra de Carol Reed, filmada a partir de la extraordinaria novela corta de Graham Greene, que también escribió el guion.

 

 


Joseph Cotten interpreta con su sobriedad habitual al desencantado protagonista, el autor de westerns baratos como “El jinete solitario de Santa Fe” que se encuentra solo y sin recursos en la inquietante Viena de postguerra, ciudad dividida por aquel entonces en cuatro sectores controlados por las fuerzas de ocupación aliada. Pero no es el único desamparado en la antigua capital del vals. También hay una actriz de comedias teatrales, Anna Schmidt (encarnada por la italiana Alida Valli), refugiada checa y ex novia de su difunto amigo, por la que Martins empieza a sentir un interés no correspondido. Después de todo, Anna es la única persona en aquella ciudad medio derruida que también sintió algo especial por Harry Lime.

 

Nunca llegué a conocer la alegre Viena de antes de la guerra con su música de Strauss, su encanto y su mágico hechizo”.

 

Quien no siente nada en absoluto por el fallecido, a no ser desprecio, es el mayor Calloway (Trevor Howard), quien se ha empeñado en utilizar al recién llegado para tenderle una trampa a Lime, a quien acusa de ser un extorsionista de primera, capaz de adulterar medicamentos para obtener fines lucrativos. Para colmo de males, están los “amigos de Harry”, una caterva de personajes a cual más siniestro que, curiosamente, fueron todos testigos del fatal accidente. Por no olvidar al portero del edificio que vio todo lo que ocurrió y le habla al escritor de un “tercer hombre” que ayudó a trasladar el cuerpo sin vida de Lime. ¿A quién creer en una situación semejante? ¿Tiene algún sentido seguir investigando o tendrá razón Anna Schmidt cuando dice que “las personas no cambian porque uno averigüe más cosas sobre ellas”?


 


Solo falta el malvado de la función, el frío estraperlista del mercado negro que, tras fingir su propia muerte, se pasea a lo largo de toda la película riéndose de la incredulidad y torpeza de su viejo compañero de clase. Estamos hablando del propio Harry Lime, al que da vida el genial Orson Welles, un cínico mayúsculo que vive encerrado entre las ruinas del Sector Ruso de Viena para escapar a sus tenaces perseguidores y justifica sus crímenes ante su descreído amigo valiéndose de metáforas con relojes de cuco.

Como todas las obras de arte, “El tercer hombre” ofrece un caudal inagotable al espectador que tiene el privilegio de contemplar sus fotogramas. A unos les fascinará la magnífica fotografía en blanco y negro, con inclinación de cámara añadida, que Carol Reed emplea para retratar los claroscuros de una Viena en la que el azul del Danubio se ha desteñido por los efectos devastadores de la guerra, mientras que otros tararearán hipnóticamente la banda sonora de Anton Karas, en la que se hace un uso atmosférico de la cítara. En cualquier caso, todos se verán irresistiblemente atraídos hacia el magnetismo de este clásico del cine británico rodado con mano maestra por Sir Carol Reed para London Films.